jueves, 21 de febrero de 2013

La V que no es de Venganza


Son muchas las cosas en la vida de un hombre que una mujer no puede siquiera imaginárselas (y viceversa), muchas relacionadas con nuestra anatomía o relacionadas con nuestro cerebro o cerebros. Una de ellas es el fino arte de mirar escotes.

Sucede que es fisiológicamente imposible al menos no intentar mirarlos. Estas en una reunión social, el destino te escogió como compañera de conversación de turno a una joven dama cuyo criterio fue de escoger un vestido que haga lucir sus bellos atributos mamarios, un tierno y a la vez seductor escote. Una letra "V" que, más que mostrar, nos invita a seguir el curso de las curvas mediante la imaginación. Pero ten cuidado, uno simplemente no puede conversar con la dama con la mirada hacia abajo, no seas faltoso pues. Mi estilo al menos es el de la observación caleta, solapada. Espera a que mira a otro lado, o a que voltee para poder tomar una rápida mirada y su respectiva fotografía mental de ya sabes qué. Es preciso indicar sin embargo que la calidad de la observación encaletada es inversamente proporcional al nivel de alcohol en la sangre.

¿Pero por qué tanto problema por mirar escotes?, mi teoría es que el hombre ha nacido para buscarlos. Pónganse a pensar, desde que somos bebes los buscamos desesperadamente y lloramos descontroladamente por obtenerlos. Cuando crecemos y somos adultos las cosas no cambian en absoluto.

Cuando tienes un escote en tu rango de visión, y el contexto social te impide mirarlos (contexto como el escote de la enamorada de tu mejor amigo, o el escote de tu jefa, o el escote de la madre atractiva de tu enamorada), entonces tenemos problemas. Empiezan a aparecer síntomas similares a un adicto en síndrome de abstinencia. Te empiezan a sudar las manos, los tics empiezan a aparecer. ¿Síndrome de Tourette? te pregunta la madre, no dices, ¡imposible explicar el mal que te aqueja!. En tu mente, sí esa mente perversa y sublime a la vez, se inicia una lucha encarnizada por el poder de los músculos oculares. En la esquina roja está el cavernícola, esa alma primitiva y pervertida que se atrevió a tocarle la pierna a tu joven profesora cuando tenias 15 años y las hormonas te salían hasta por las orejas. En la esquina verde está el civilizado, el que te hizo ingresar a la universidad, el que inventó el florazo que te hizo conseguir novia, el que entiende el cálculo integral y la evolución por selección natural, el que tiene curiosidad científica, el que diseña estructuras, el que leyó "Los Miserables" y "Ana Karenina". En fin ¿quién ganará la contienda?, difícil predecirlo, a veces uno y a veces el otro.


Es mi deseo terminar este discurso citando al Tío Ben: "Un gran poder conlleva a una gran responsabilidad". Sean felices mujeres, y usen su escote con sabiduría.

viernes, 8 de febrero de 2013

El Malecón

Una tarde de abril Rocío y Gustavo caminaban por el malecón, con una fila de edificios de departamentos por el lado derecho y el mar en su maximo esplendor por el izquierdo. El malecón era un lugar especial para ambos ya que les recordaban sus dias de infancia. Rocio y Gustavo se conocían desde la escuela primaria, siempre fueron amigos, incluso hasta ahora. Era bastante común que cada uno hablara de sus respectivas parejas, y es que siempre se necesita de alguien para desfogar los buenos o malos ratos que pueden ocurrir en una vida en pareja. Se podría decir a simple vista, que su amistad era totalmente "pura", es decir solo amistad.



No resultará extraño, especialmente para los varones, conocer que desde hace un par de meses un pensamiento había nacido en la mente de Gustavo. Ese pensamiento producto de miles de años de evolución, ese pensamiento que ha permitido a la humanidad y a cualquier especie con reproducción sexual subsistir. Es un pensamiento sin forma clara, es más un instinto que un pensamiento. Un instinto que no puede dejarse de lado, imposible ignorarlo, es pequeño pero potente y hermoso. Es una reacción en cadena, lo que empezó como algo pequeño y sin forma produce ahora pensamientos cada vez más claros y definidos. Se expande, ahora ya ocupa la mayor parte su tiempo. Ya no piensa en casi nada más que eso. Ya nada puede ser como era antes.

Y entonces había decidido decírselo todo aquella tarde, Gustavo había escogido el  malecón como punto de reunión por que ese lugar era un símbolo de la estrecha y larga relación de ambos, relación que estaba a punto de cambiar.

Aclara su voz, detiene su paso, la mira a los ojos, toma aire. Esta a punto de decir lo que había practicado desde hace semanas. Sin embargo ella se le adelanta:

-Me voy a casar con José.

El holocausto Judío, la guerra nuclear, el apocalipsis zombie, los genocidios, la caída de un asteriode, una invasión extraterrestre, el levantamiento de las máquinas, la peste negra, nada se compara con la tragedia que acaba de suceder. La muerte no es suficiente, una eternidad de sufrimiento tampoco lo es. El averno se parece más a un tarde fresca de verano en comparación con esto. El séptimo círculo del infierno de Dante de pronto se convierte en un agradable lugar para vacacionar y relajarse.

Pronto, Gustavo hace esfuerzos inhumanos para esbozar una falsa sonrisa. La felicita, la abraza, le dice lo afortunada que es. La fatalidad ha llegado a su vida, y se quedará allí por un buen rato. Y es que aquel sentimiento tiene dos caras, una puede traerte la mayor felicidad del mundo, pero la otra te puede provocar el mayor de los suplicios.