viernes, 8 de febrero de 2013

El Malecón

Una tarde de abril Rocío y Gustavo caminaban por el malecón, con una fila de edificios de departamentos por el lado derecho y el mar en su maximo esplendor por el izquierdo. El malecón era un lugar especial para ambos ya que les recordaban sus dias de infancia. Rocio y Gustavo se conocían desde la escuela primaria, siempre fueron amigos, incluso hasta ahora. Era bastante común que cada uno hablara de sus respectivas parejas, y es que siempre se necesita de alguien para desfogar los buenos o malos ratos que pueden ocurrir en una vida en pareja. Se podría decir a simple vista, que su amistad era totalmente "pura", es decir solo amistad.



No resultará extraño, especialmente para los varones, conocer que desde hace un par de meses un pensamiento había nacido en la mente de Gustavo. Ese pensamiento producto de miles de años de evolución, ese pensamiento que ha permitido a la humanidad y a cualquier especie con reproducción sexual subsistir. Es un pensamiento sin forma clara, es más un instinto que un pensamiento. Un instinto que no puede dejarse de lado, imposible ignorarlo, es pequeño pero potente y hermoso. Es una reacción en cadena, lo que empezó como algo pequeño y sin forma produce ahora pensamientos cada vez más claros y definidos. Se expande, ahora ya ocupa la mayor parte su tiempo. Ya no piensa en casi nada más que eso. Ya nada puede ser como era antes.

Y entonces había decidido decírselo todo aquella tarde, Gustavo había escogido el  malecón como punto de reunión por que ese lugar era un símbolo de la estrecha y larga relación de ambos, relación que estaba a punto de cambiar.

Aclara su voz, detiene su paso, la mira a los ojos, toma aire. Esta a punto de decir lo que había practicado desde hace semanas. Sin embargo ella se le adelanta:

-Me voy a casar con José.

El holocausto Judío, la guerra nuclear, el apocalipsis zombie, los genocidios, la caída de un asteriode, una invasión extraterrestre, el levantamiento de las máquinas, la peste negra, nada se compara con la tragedia que acaba de suceder. La muerte no es suficiente, una eternidad de sufrimiento tampoco lo es. El averno se parece más a un tarde fresca de verano en comparación con esto. El séptimo círculo del infierno de Dante de pronto se convierte en un agradable lugar para vacacionar y relajarse.

Pronto, Gustavo hace esfuerzos inhumanos para esbozar una falsa sonrisa. La felicita, la abraza, le dice lo afortunada que es. La fatalidad ha llegado a su vida, y se quedará allí por un buen rato. Y es que aquel sentimiento tiene dos caras, una puede traerte la mayor felicidad del mundo, pero la otra te puede provocar el mayor de los suplicios.




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